Un verano en Zaragoza

Un año después de la expo, las calles parecen vacías sin el jolgorio de los miles de turistas echando fotos a los más emblemáticos monumentos y a los que no lo son tanto. Verdad que el calor sofoca, pero también que la oferta de ocio es variada y completa.

patos

Si el sol se hace inaguantable, podemos refugiarnos en el Parque Grande. Dejamos atrás la Romareda, todavía quedan dos meses para ver al Zaragoza en primera, y entramos por la enorme portezuela. A lo lejos, Las cascadas del Niño de la Estrella nos dan la bienvenida a este Parque por el que no parecen pasar los años, siempre tan lleno de vida.

Después de sentarnos a leer a la sombra de uno de sus cipreses, podemos recurrir a la brisa con una cerveza. Pasamos la Avenida de San Sebastián y llegamos a una de las terrazas que te hacen mirar al parque como si se tratase de un bosque perdido en medio de la espesura.

Después de pasar un buen rato a la sombra, deshacemos el camino andado y nos paramos a mirar los pájaros que se posan sobre las grandes fuentes. Cientos de tórtolas turcas de pelaje blanco se posan sobre el agua entre la marabunta de especies callejeras que abarrotan el espacio en verano.

Subimos las escaleras distraídos observando desde arriba a los niños montados en los autos de juguete que el parque les ofrece como servicio. También hay patinadores, ciclistas y viandantes mezclados a la sombra del ciprés. Una sombra que nunca fue tan alargada.

Nuestra ruta acaba con el niño de la estrella. Destaca su escorzo, como si el discóbolo hubiese sido niño alguna vez.

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